Descripción
En el episodio de hoy queremos destacar el papel que ha tenido la mujer en la historia de la astronomía de la mano de unas colaboradoras muy especiales. Un papel que ha sido muchas veces dado de lado e incluso ocultado, y sobre el que esperamos arrojar algo de luz de la mano de nuestras invitadas.
Muchas gracias a Sherezade, Begoña, Paula y Bea de ytambiénpinto!
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Guión
Intro
En el episodio de hoy vamos a hablar del importante y muchas veces olvidado papel de la mujer en la astronomía. Pero como para estas historias es mejor que hablen ellas, yo os cuento un chiste de patos:
- ¿Por qué los patos no tienen amigos?
- Porque son muy antipáticos
…
Bueno, vamos a tener una charla con guión. Os dejamos que ellas os expliquen las historias
Como fuera de micro
¿Podemos despedir a guión? ¿Por favor?
Cabecera
Desde que el ser humano tiene memoria, siempre ha mirado al cielo. Estrellas, planetas, constelaciones y demás movidas del inmenso, insondable, oscuro, aterrador, insultantemente largo a lo ancho y ancho a lo largo, caótico por naturaleza y nada acogedor espacio. Pero… ¿conoces el origen de sus historias? Empieza Astro.
Computadoras Harvard
Como estábamos diciendo al principio, queremos destacar el papel de la mujer en la astronomía en este episodio y explicar algunos de los increíbles descubrimientos que ellas realizaron y que no siempre se les ha reconocido. Algunas, como Hipatia de Alejandría, han salido en películas modernas ayudando a dar la visibilidad que la historia se ha ocupado de quitarles. Pero, por desgracia, muchas otras no han llegado aún al conocimiento popular y eso debe cambiar.
Pero antes de empezar nuestro recorrido, definamos cuál ha sido el papel que se le permitía históricamente a la mujer en la ciencia: personal de apoyo. Siempre haciendo cálculos para otros, siempre dejándose la vista contra papeles mal iluminados hasta altas horas de la madrugada. Siempre en segundo plano. Cualquier mujer que intentara trabajar en la ciencia quedaba apartada a trabajos secundarios o solo se les permitía acceder a trámites meramente burocráticos. El papel de la mujer científica se ha visto siempre opacado debido a la sociedad del momento. Se consideraba que la ciencia era cosa de hombres y la mayoría de sus descubrimientos solo se aceptaban si llevaban la firma de un varón.
Tal es el caso de Maria Winkelmann, que trabajaba como ayudante para su marido Gottfried Kirch. En el año 1702, mientras su marido dormía, Maria estaba observando el firmamento nocturno y observó un cometa que se estaba desplazando por el cielo. Ella misma constató que el cometa era nuevo y que no había sido documentado antes. Sin embargo, el descubrimiento fue inicialmente atribuido a su marido. Maria, en su afán por seguir el camino de la ciencia, solicitó entrar en la Academia de Ciencias de Berlín, pero su entrada fue denegada por miedo a establecer el mal ejemplo de contratar a una mujer y que aquello pudiera servir de precedente. Compañeros de oficio cómo Leipzig (inventor del cálculo diferencial y presidente de la academia a la que Marie se postulaba) apoyaban su candidatura y trayectoria pero la estructura social no daba su brazo a torcer.
Si avanzamos un par de siglos, seguiremos encontrándonos a mujeres dejándose la vista delante de papeles hasta horas intempestivas. La principal diferencia es que, por lo menos, ahora tienen derecho a sueldo. Esta es la historia de las computadoras de Harvard. En 1877, la Universidad de Harvard no estaba muy contenta con su importancia en la astronomía del momento. Básicamente, no eran relevantes: no tenían ni buenos astrónomos ni un buen archivo a sus espaldas. Así que Edward Charles Pickering decidió buscar fondos y comenzar a hacer estudios fotométricos. Es decir, a realizar fotografías del firmamento para estudiar y catalogar lo que consiguieran captar.
Sobre 1890 consiguieron publicar el primer catálogo “Henry Draper” con más de 10.000 estrellas clasificadas. Esta cifra se multiplicaría con el paso de los años.
Sin embargo, llegó un momento en el que el número fotográfias a analizar se volvió abrumador y Pickering simplemente no daba a basto para catalogarlas. El trabajo era insultantemente tedioso: una labor de cálculo rutinaria, mecánica y tediosa basada en el estudio detallado de las placas de cristal y de las observaciones nocturnas. Intentó conseguir voluntarios por todos los medios, porque la ciencia no se hace sola, hay que hacerla. Al final optó por una solución a largo plazo: contratar mujeres. Esta fue una decisión puramente económica, ya que la sociedad de entonces las tenía en baja estima y salían bastante más baratas que un trabajador varón. Más o menos a 25 céntimos la hora, 7 horas al día, 6 días a la semana. De esta forma, obtendría mano de obra barata y además la universidad no se quejaría por el gasto extra. Ni decir que a Pickering le cayeron críticas por todos lados por permitir que las mujeres entraran a trabajar en la “prestigiosa universidad de Harvard”, pero eh, era barato, así que acabaron pasando por el aro.
Con el paso del tiempo, el grupo de trabajo llegó a congregar a 80 mujeres. Algunas partían casi de cero, sin apenas conocimientos profundos sobre astronomía. Otras llegaban con un sólido bagaje y el deseo de desarrollar una carrera que en otras instituciones quedaba fuera de su alcance a causa de su género. Sí, su mejor opción era mirar fotos por el salario mínimo durante un mínimo de 42 horas a la semana. Aunque esto no les impidió llegar mucho más allá.
(Nota de guión: Atención que vienen nombres)
Algunas de las mujeres asumieron el desafío de dar sentido a los patrones e idear un esquema para clasificar las estrellas en categorías. Entre las “calculadoras” que fueron más allá destacan Williamina Fleming, Henrietta Swan Leavitt o C , autoras de algunos de los mayores hallazgos astronómicos de los siglos XIX y XX.
Williamina Fleming descubrió la nebulosa del caballo y fue la primera en anotar la existencia de las enanas blancas. Ya sabéis, ese estado en el que se quedan las estrellas después de su muerte. Escuchad nuestro episodio del sol si queréis más detalles (oye, me han dado un guión con publicidad… Vaya tela con guión…). Sin embargo, la pobre Williamina tuvo que ver cómo sus descubrimientos fueron publicados bajo el nombre de Pickering. Su nombre quedó relegado a un segundo plano en las páginas interiores, el único lugar donde la sociedad del momento admitía la presencia femenina.
Cecilia Payne-Gaposchkin sufrió un problema similar. Completó su tesis doctoral en 1925. Una de las mejores tesis de la astronomía según algunos expertos. En ella, Cecilia determinó temperaturas estelares y concentraciones químicas de las estrellas. Fue la responsable del descubrimiento de que el helio, y especialmente el hidrógeno, eran los componentes principales presentes en las estrellas. Hasta entonces, se pensaba que las estrellas tenían una composición similar a los planetas. Pero a la pobre Cecilia no la escucharon cuando tenía razón, y fue muy presionada para borrar esa afirmación de su tesis. Ella hizo caso a medias: aunque escribió su impresionante descubrimiento en la tesis, puso que aquella conclusión era, probablemente, errónea. Solo el tiempo le daría la razón.
Pero la palma en grandes descubrimientos que no fueron reconocidos a tiempo se la lleva Henrietta Swan Leavitt. Estudió y catalogó numerosas estrellas variables en las Nubes de Magallanes. A partir de estos estudios, determinó un criterio para medir distancias relativas y absolutas entre unas y otras estrellas gracias a sus patrones. En 1912 se confirmó la exactitud de sus cálculos, y en 1918 se pudo obtener el tamaño de la Vía Láctea gracias a su trabajo. Hubble midió la distancia hacia la galaxia Andrómeda gracias al trabajo de Leavitt, y se estima que una de cada 10 estrellas variables que los astrónomos conocen a día de hoy fue estudiada primero por Leavitt. No, ella tampoco pudo firmar sus descubrimientos, su nombre quedaba relegado a una nota a pie de página.
Sin embargo, Leavitt murió en 1921, con tan sólo 53 años y una herencia que no superaba los 350 dólares de entonces. En 1925, cuatro años después de su muerte, el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler escribió una carta a Leavitt. Su intención: que fuese nominada al Premio Nobel. Sin embargo, los premios Nobel no pueden ser entregados a título póstumo, así que nunca disfrutó de este reconocimiento.
Con nombre propio
Por suerte, el paso del tiempo ha ido trayendo más avances, y no sólo en materia científica. Y cuando no los había, teníamos por suerte a gente como Vera Rubin, que ella misma los sacaba adelante. Vera Rubin entró en 1965 a trabajar en el Observatorio del Monte Palomar en San Diego, California. La institución jamás había tenido mujeres trabajando allí, así que Rubin pegó una falda a un cuarto de baño de hombres para crear el primer aseo femenino del edificio. Y esa fue la menor de las luchas que tuvo que disputar en su carrera astronómica.
Durante su tesis, Vera había descubierto que las galaxias no se limitaban a simplemente alejarse, tal y como había predicho Hubble. Aparte de este distanciamiento, observó un movimiento de rotación que nadie podía explicar en el momento. Su hallazgo era tan rompedor que nadie en la sala le dio crédito, enterrando el descubrimiento. A día de hoy sabemos que Vera tenía toda la razón, pero eso no bastó para convencer a la Sociedad Astronómica Estadounidense. A pesar del duro golpe, continuó estudiando el movimiento de rotación de las galaxias desde su nueva posición en el observatorio.
Sus primeros estudios llegaron a la conclusión de que algo se escapaba de sus observaciones. La teoría hasta el momento decía que si las estrellas estaban demasiado lejos del centro de las galaxias, pues no se veían arrastradas por el giro de la zona central. Las observaciones de Vera demostraban lo contrario: giraban como un todo, como si hubiese una mayor gravedad en la galaxia de lo que le corresponde. En 1970, Vera Rubin demostró la existencia de la materia oscura. La materia oscura es una de las grandes incógnitas de la física moderna, y no recibe el nombre de oscura porque sea negra. Es porque es indetectable con nuestra tecnología. Sabemos que está ahí, porque vemos sus efectos. Vera Rubin demostró que es la materia oscura la que hace que las galaxias giren como un todo, y puso en la mesa las pruebas que a día de hoy se siguen usando.
Y Vera Rubin no es la única gran mente femenina cuyo descubrimiento sigue teniendo impacto incluso a día de hoy. Uno de los fenómenos favoritos de nuestro editor debe su nombre y detección a la increíble Jocelyn Bell Burnell.
En el Cambridge de 1967, una joven irlandesa estaba realizando su tesis doctoral en la universidad. Repasando los últimos resultados de sus observaciones del radiotelescopio que había ayudado a construir, detectó una parte de la imagen un poco peculiar. Después de convencer a su director de tesis que las medidas no eran un error del aparato, ella y sus colegas identificaron estas señales de radio como provenientes de una estrella de neutrones que gira rápidamente. O, como ella misma lo llamó más tarde, un pulsar. Burnell figuraba como segunda autora en el periódico que anunciaba el descubrimiento de los púlsares, pero fue la única que no recibió el premio Nobel por su descubrimiento.
Astronautas
A pesar de los avances de Vera Rubin, el concepto de las computadoras tardó bastante en ser desfasado por computadoras de verdad. Incluso cuando estas existían, se seguían utilizando sus servicios. Katherine Jhonson calculaba trayectorias de vuelo a mano para el programa espacial de Estados Unidos, y fue gracias a sus cálculos que Neil Amstrong pudo pisar la luna en 1969.
Y hablando de astronautas, no queremos terminar este programa sin mencionar tampoco a un par de grandes mujeres astronautas.
Claramente, tenemos que nombrar a Valentina Tereshkova, la primera mujer en el espacio exterior. Como parte del programa espacial ruso, el 16 de junio de 1963 se lanzó una nave llamada Vostok 6 con Valentina Tereshkova como única tripulante. El vuelo no fue todo lo plácido que se cabía esperar. Durante los tres días de viaje, Tereshkova experimentó fuertes náuseas y jaquecas, las cuales no le impidieron mantener al día el diario de a bordo, corregir el rumbo de la nave y llevar a cabo todos los detalles de la misión. Tres días más tarde, Tereshkova volvió a la superficie. Pero no con un aterrizaje normal y corriente, no: abandonó su cápsula de vuelo y realizó un descenso en paracaídas de más de 6mil metros de altura.
Y a guión que le da miedo asomarse a la terraza de un segundo piso (con un tono así como con cachondeo).
Mención especial también para Sara García Alonso, la primera reservista española como astronauta. En QuantumFracture le han hecho una entrevista de la cuál guión no deja de hablar nunca. Dice que es increíble para conocer tanto cómo se escogen a los astronautas, como para entender los problemas que presenta el mundo de la investigación ahora mismo. De verdad, escuchadla, a ver si así nos deja de dar la turra un poco.
Cierre
Nos hemos dejado a muchas grandes mujeres en el tintero, pero, ¡mira la hora qué es! Tenemos que ir cerrando este programa ya. Si queréis aprender más sobre grandes figuras femeninas en la historia de la astronomía, os recomendamos la página de la Sociedad Española de Astronomía, que tiene una sección dedicada a ello.
Muchas gracias a Sherezade, Begoña, Bea de ytambienpinto y a Paula por haber colaborado en la locución de este programa, y muchísimas gracias a todas las grandes científicas que han logrado hacer avanzar el conocimiento y la tecnología hasta poder hacer este podcast posible. Sólo esperamos que cada vez sus nombres sean menos desconocidos para el gran público.
Nos vemos en el próximo episodio de Astro
¡Astro la vista!